El último autor: sobre Ray Harryhausen

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Hace unos días dos personas me preguntaron acerca de la Nouvelle Vague y el Cahiers du Cinema, en medio de la conversación fue prácticamente inevitable que saliera de la boca de alguno de nosotros la palabra “autor”. Ahí es cuando dije que los autores que el Cahiers defendía ya no existen más, porque ni bien este concepto empezó a popularizarse empezó la autoconsciencia del autorismo y con esto terminó el encanto de quienes ponían una identidad en sus películas casi sin darse cuenta. Si los jóvenes cahieristas amaban los autores del Hollywood clásico (a los Hitchcock, a los Hawks, a los Lang) era no sólo porque lograban  poner su sello personal en el sistema de estudios, sino porque lo hacían sin pensar demasiado en lo que estaban subvirtiendo. Eran como los chicos en las películas de Tati, su rebeldía a los espacios y a las buenas costumbres son incomparables a la de cualquiera porque era una rebeldía porque se subvertías las formas simplemente porque les parecía bien hacerlo y sin estar contaminada por ningún tipo de impostura ni de autocelebración -menos que menos búsqueda de prestigio o notoriedad-. Hasta hace unos días pensaba que con la muerte de Billy Wilder se había ido el último ejemplar de ese autor inconsciente, sin embargo la muerte de Ray Harryhausen me hizo pensar que era este innovador de los efectos especiales el último –y secreto- ejemplar de este especímen ya extinguido. Al igual que Jack Pierce y Willis O´Brian, Harryhausen fue un gran creador de criaturas para cine, pero a diferencia de estos dos, Ray nunca trabajo en una obra maestra mayor en la que su aporte genial fuera una pieza más en un engranaje igualmente excelente, una de esos mecanismos de relojería en los que uno siente que muchos talentos en el momento indicado se juntaron y potenciaron sus virtudes. Pierce y O´Brian hicieron sus trabajos más impresionantes en películas igualmente excelsas como King Kong o La novia de Frankenstein, films puestos con toda justicia en los cánones más exigentes. La filmografía como creador de efectos especiales de Harryhausen comprende pocos largometrajes realmente trascendentes y con altos méritos en otra cosa que no sean los efectos visuales. De ahí que el arte de Harryhausen se destaca por meter secuencias con bichos, esqueletos vivientes y seres mitológicos absolutamente brillantes en contextos que no lo eran. Así es como este artista terminó construyendo escenas inolvidables en películas intrascendentes e hizo eso que el Cahier admiraba tanto: que la voz de un artista se apropie de una proyecto colectivo hecho bajo reglas de industria muy precisas. Furia de Titanes, Simbad en el Ojo del Tigre, Hace un Millón de Años, no son películas asociadas al nombre de sus directores sino al profesional que hizo sus efectos.  Si claro, en medio de esto Harryhausen innovó como nadie (más aún que su mentor, el mencionado O´Brian) las técnicas de stop-motion, se sabe que inventó formas para mejorar la calidad facial de las criaturas, hacer más realistas los movimientos, que utilizó métodos artesanales y que le demandaban horas de trabajo para plantear coreografías que han quedado entre las imágenes más icónicas del cine del siglo XX. Sobre sus innovaciones se ha dicho tanto que quizás no valga la pena reproducirlas en un texto como este (googleen y ya está, o vean documentales como The Harryhausen Chronichles, que dura una hora y si bien es superficial sirve para introducirse a su trabajo). Lo que si vale la pena discutir es ese calificativo que se la ha dado a Harryhausen como un artesano de un oficio ya perdido. Digamos que esto es parcialmente cierto. Es verdad que la tecnología digital ha hecho que en algún punto las técnicas de Harryhausen se hayan transformado hoy en obsoletas. Hay quienes incluso en necrológicas han aprovechado para hacer una suerte de lamento sobre el fin de los efectos artesanales y la llegada de la computadora. Si buscan esto en este escrito les avisamos que no es intención de este artículo hacer una especie de queja tecnofóbica (bastante estúpido sería renegar de avances tecnológicos hablando de un arte que nació lisa y llanamente por obra de la tecnología). El digital ha dado a conocer ventajas y desventajas en el orden de lo visual y ha sido utilizado con mayor o menor sabiduría, ese es tema de otro costal.  Hoy Harryhausen no ha sido tan influyente desde lo tecnológico sino desde lo estético. El gran legado de este artista consistió en una especial sabiduría para armar peleas y presentar criaturas gigantes, en una valoración por los monstruos directamente demencial que le hacía capaz de estar horas trabajando para conseguir segundos de movimiento de una criatura artificial X y en su creación de criaturas destacadas o bien por una maldad terrible –sobre la que Harryhausen nunca disimuló una personal fascinación-, o bien por una inocencia desmedida incluso cuando pudieran hacer daño (todas características que él se encargó de remarcar en la gestualidad de sus rostros). Hoy su sello se ve en películas tan disímiles entre sí como Coraline, Mars Attack, El Extraño Mundo de Jack, Meet the Feebles y el díptico de Hellboy, todas obras amantes de criaturas extravagantes y no pocas veces amorales que rompen la monotonía del mundo real, y todas ellas obras exaltadoras de un espíritu lúdico, legado de un Harryhausen que juró alguna vez con su amigo Ray Bradbury que nunca crecerían y que amarían los dinosaurios por siempre. Así es como la vida de Harryhausen fue una mezcla de un profesional impecable y una persona que siguió insistiendo en tomarse sus juegos con la misma seriedad con la que lo hacía cuando era chico. Es difícil no admirar a gente así y es directamente imposible no pensar que con su muerte el mundo es ahora un lugar un poco peor.

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