Viola. Argentina/2012/65´. Guión y dirección: Matías Piñeyro. Con María Villar, Agustina Muñoz, Elisa Carricajo, Romina Paula, Gabriela Saidon.
Hace unos días atrás, en esa red social adictiva que es Twitter escribía lo siguiente: “estoy descubriendo que disfruto más leyendo sobre el cine de Marcelo Piñeyro que viendo sus películas”. Dicho tweet originó el mail de un amigo y alumno llamado Vicente que decía lo siguiente:
Hola Hernán:
Leí tu tweet sobre Viola, no entiendo si fue un bardeo a Piñeyro o que, te digo porque yo no tengo la menor idea que pensar de la película.
Abrazo.
Vicente.
Frente a esto terminé dándole la respuesta que puede leerse a continuación:
Hola Vicente:
En principio no, no fue un bardeo a Piñeyro, podría decir que en alguna medida me pasa exactamente lo mismo con él que con gente como Jerry Lewis, Ozu o Melville -por decirte tres realizadores muy distintos-. La diferencia es que no puedo explicar todavía el porqué me sucede esto con estos cineastas y con Piñeyro, en cambio, puedo esbozar alguna que otra idea al respecto. Lo primero que puede decirse del director es que debe ser uno de los más virtuosos que hay hoy en el cine nacional, su mirada es compleja e interesante, y su cine puede ser al mismo tiempo liviano y muy profundo. Por decir una virtud evidente: no son muchos los directores que logran que una película esté atravesada por Shakespeare sin necesidad de que la misma esté inflada de importancia. De hecho su forma de relacionarse con el dramaturgo inglés recuerda mucho a lo que Welles hacía con adaptaciones como Campanadas a la Medianoche (no por nada elegida por el propio Piñeyro como una de sus películas preferidas). Welles conocía realmente a Shakespeare y sabía que este, como artista popular en su tiempo, no debía ser adaptado con una solemnidad impostada y mucho menos de una estética recargada: así es como Campanadas a la Medianoche cuenta con actores que parecen estar divirtiéndose con sus interpretaciones; una batalla extraordinaria que es al mismo tiempo un momento de libertad creativa impresionante; una estética que exalta un clima rústico y sucio y sobre todo con un Welles que se permite mezclar varias obras de Shakespeare (extrayendo pedazos de varias obras históricas del inglés como Piñeyro extrae pedazos de sus comedias) para hacerle una declaración de amor sentida a uno de sus personajes (Falstaff). O sea, a Welles no le interesa tanto poner a Shakespeare en un pedestal sino apropiarse de sus obras para darle una mirada personal. Campanadas a la Medianoche, o sea, no es tanto una adaptación de las obras de Shakespeare como una filmación de como Welles juega con las mismas. Del mismo modo, a Piñeyro no le interesa exactamente tanto adaptar Shakespeare sino reinterpretar a su modo su literatura. También le interesa la relación que sus personajes tienen interpretando a Shakespeare. En Viola como en Rosalinda interpretar no es sólo ponerse en la piel de un personaje sino también poner cosas de uno en esa criatura y al mismo tiempo ser influido por esa criatura más adelante. Puede que esto se vea de manera cabal en la que quizás sea la escena más hermosa de todo Viola. Se trata de aquel momento en el que dos actrices ensayan una escena de A Vuestro Gusto y una de ellas (Cecilia) aprovecha un pasaje en el que un personaje le halaga su belleza a la otra (llamada Sabrina) para seducirla. Así es como la vemos una y otra vez decirle a la otra lo hermosa que es a través de un texto de Shakespeare hasta que finalmente la interlocutora empieza a besarla. De esto modo Cecilia se inspira en A Vuestro Gusto para seducir a Sabrina y al mismo tiempo A Vuestro Gusto influye para que el clima del ensayo se vuelva cada vez más intenso en la seducción.
No es casual que se utilice a Shakespeare en una película que utiliza la simulación de lo teatral para llegar a algo concreto (cuestión shakesperiana por excelencia, si hasta en Hamlet, su obra más famosa, su protagonista usa una representación para descubrir al asesino de su padre) pero me atrevería a decir que en Piñeyro esta inquietud no viene sólo de Shakespeare sino también del que quizás sea su mayor influencia artística: Jacqes Rivette. A Rivette le ha obsesionado la relación entre el teatro y el cine, hecho que evidentemente a Piñeyro no le es ajeno, pero también supo entender en varias películas (como París nos pertenece y sobre todo en esa obra maestra mayor que es La Bella Mentirosa) que la relación entre el artista y su arte es un ida y vuelta permanente. El artista pone cosas de su vida en lo que hace pero el crear la obra también puede cambiar la personalidad del artista. Pero además hay otra cosa que Piñeyro va a compartir con Rivette: su absoluta fascinación por la figura del actor. Si Jacques Rivette llega al extremo de decir que el buen cine es al mismo tiempo buen teatro –en tanto concibe que lo más importante de una película son las interpretaciones de los actores- Viola y Rosalinda se apoyan ante todo en el manejo de los actores de la película, en su capacidad de recitar, de cambiar de tonos, de resignificar un mismo parlamento dependiendo la intensidad y la cercanía al otro actor con el que se lo dice (ver la mencionada escena de seducción y la repetición cada vez más sugerente de las mismas frases) o de hacer que toda la atención se concentre de pronto en los cambios de un rostro inseguro (ver el extraordinario plano fijo a la cara de Viola en el auto mientras las chicas juzgan su pasividad). Incluso Piñeyro prueba algo interesante con Viola y es que lo que hace a un diálogo artificial o impostado no está en lo que se dice sino en la forma de representarlo actoralmente (cuantas veces hemos creído que el problema de ciertos diálogos que nos resultaban impostados era una cuestión de guión cuando la raíz del problema estaba en la dirección de actores). Viola y Rosalinda son piezas en las cuales los actores pueden decir pasajes de Shakespeare, dichos pasajes, obviamente, nunca van a obedecer a un lenguaje coloquial, pero su capacidad decirlo de manera “natural” (o sea, como si ellos estuvieran siendo esos personajes en ese momento) hace que el lenguaje de pronto suene cotidiano y que sea sencillo ir metiéndose en esas historias shakesperianas que los actores ensayan. Por eso cuando los personajes de pronto vuelven a hablar coloquialmente –muchas veces de un segundo al otro y sin que exista aviso alguno- y Piñeyro nos recuerda que eso que veíamos era una representación, nos sentimos descolocados. Hay mucho ahí de homenaje al actor, de su capacidad de meternos en verosímiles insospechados si este tiene una gran capacidad para la interpretación. Son escenas que recuerdan incluso a aquel extraordinario momento del casting en Mullholand Dr. en el que Lynch nos hace partícipes de una representación y hace que sus actores lo interpreten con tanta convicción durante un tiempo tan sostenido que uno no puede evitar sentirse algo desconcertado cuando se nos recuerda que lo que vimos no era más que una prueba actoral.
También sucede que este ir y venir de los actores en Viola y Rosalinda, este pasaje abrupto de lo recitado a lo coloquial para descolocar al público vuelve también a los personajes de Piñeyro una suerte –por raro que suene- de “marionetas espontáneas”, seres que aparentemente se mueven dentro del film con gran naturalidad pero que terminan siendo engranajes en la lógica conceptual y narrativa de una obra.
En Viola, por ejemplo, vemos besarse a Cecilia y a Sabrina y la escena es, como se dijo, muy intensa, y creativa. Sin embargo después de eso nada más sabemos de las historias de ella, apenas la veremos después a Cecilia conversando con la protagonista Viola en un auto. De Viola, por otro lado, sólo sabremos que vende discos truchos y que se la describe como pasiva. De esta forma los personajes funcionan para hacer escenas sueltas virtuosamente filmadas. De hecho el propio film parece nombrarse a sí mismo cuando Cecilia dice que ella está haciendo no una obra completa de Shakespeare sino escenas aisladas de sus comedias. En algún punto Viola termina siendo eso: momentos particulares, de personajes cuyo pasado desconocemos y cuyo futuro ni llegamos a intuir y que guardan, eso si, algunas conexiones insospechadas. No por nada hace unas semanas una amiga cinéfila me dijo que Viola le hacía acordar algo a Death Proof de Tarantino, film en apariencia radicalmente opuesto al de Piñeyro, pero que comparte el gusto por la duplicación (tema que recorre todo Viola), por las largas conversaciones entre chicas y por crear personajes que la película saca de la película abruptamente. Sin embargo Death Proof se caracteriza por ser un objeto imperfecto, en el que Tarantino parece locamente apasionado con sus actores (al punto tal que tiene una mirada muchas veces groseramente onanista con las actrices que participan) y en el que pasa primero de una película de diálogos a un film de terror, de ahí de nuevo a un film de diálogos y hacia el final una película de acción. Piñeyro en cambio mira a sus personajes con mayor distancia y a completo contrapelo de Death Proof (filmado marcado por una vitalidad extrema, a veces desgastante) rehuye de todo desborde. Al punto tal llega esto que ni en Viola ni en Rosalinda opta por hacer que sus actores expresen momentos emocionales fuertes, siempre que alguno de ellos cae en la melancolía, o el enojo, lo hace de manera contenida, lateral incluso y Piñeyro nunca quiere cruzar la línea del sentimiento apasionado desatándose. El deseo entre Cecilia y Sabrina se deja de filmar abruptamente después de un beso y el beso que el novio le da a Viola –y que ella tanto espera porque siente que puede definir el estado de la relación- se da de espaldas a la cámara. Cuando finalmente sucede no vemos que ella exprese ninguna alegría ni alivio inmediato, en vez de eso Piñeyro opta un rostro misteriosamente sobrio y por hacernos escuchar una voz en off reflexiva. Es una decisión que rehuye lo convencional, y por eso puede ser loable, pero al mismo tiempo tanta contención, tantas ganas de frenar toda emoción para evitar todo desborde me deja afuera de la narración y me despierta cierta desconfianza de su excelencia. Y ahí creo yo se encuentra la raíz de porque leer sobre Rosalinda y Viola me genera más interés que ver las propias películas. Hay muchísima inteligencia en esas obras, y la cantidad de conceptos interesantes que pueden extraerse de una película tan breve y de apariencia tan sencilla no cabe duda que pueden ser abrumadoras, pero es posible, sólo posible, que detrás de esta inteligencia no haya más que eso y es posible, sólo posible, que el aspecto en donde esta película se resiente es paradójicamente en que la negativa a caer en un momento vital –la vitalidad siempre desbordante, siempre es imperfecta- que pueda llegar a resentirla.
Abrazo.
Hernán