Crónicas tardías del BAFICI (parte 1): siete anotaciones y una pequeña introducción

Una vez unos chicos me preguntaron cuál era el aspecto más me gustaba del festival Independiente de Buenos Aires y respondí inconscientemente, de manera veloz y sin justificar, “cuando terminaba”. Los pibes –presumo unos estudiantes de periodismo- se fueron alejaron de mi persona sin ahondar más en la respuesta y supongo sospechando que estaba ninguneando al festival. Si me hubieran dejado seguir hubiera dicho sencillamente que lo que más me interesa del BAFICI es su capacidad de promover películas a la crítica que después, terminada la vorágine festivalera, pueden ser mejor apreciadas. La razón de esto es sencilla: como se tratan de más de 400 películas concentradas en diez días, cada vez que se prestan al visionado el crítico no sólo se termina perdiendo el grueso de los films que se exhiben sino que aquello que se ve en general no puede ser apreciado en su justa medida. Después de todo después de tres o cuatro películas por día (mínimo) cualquiera pierde toda concentración y lo que se puede decir de un film sólo pueden apreciaciones superficiales (ya decía Truffaut que en los festivales rara vez los jurados premiaban lo mejor de una competencia porque se veían mareados ante tantas películas). Lo que viene después del BAFICI es lo que en general más me interesa: cuando uno consigue revisionar aquello que vió, discutirlo de nuevo, cuando el director del que se hizo una retrospectiva hace unos meses vuelve a estar de pronto en otro lugar y uno va porque sabe que le llamó la atención en este festival. Desde este punto de vista las coberturas día a día de un festival me interesan menos que las apreciaciones posteriores a la vorágine (aunque hay que decir que durante el festival fueron irresistiblemente simpáticos los videos que hizo Quintín). Así que he decidido empezar a escribir sobre el festival ahora, no a modo de diario sino a modo de notas generales de una que otra película o director que me haya llamado la atención. No obstante me parecería mezquino no ir adelantando algo  ciertas notas aisladas sobre películas que me llamaron poderosamente la atención (algunas de ellas ni siquiera son las mejores, sino las que me sugieren artículos a futuro). De paso habrá alguna que otra videoconferencia sobre algún que otro film retrospectivo que se dió (gran idea la de mechar en medio del festival reposiciones de obras maestras como Sobreviven, El Rey de la Comedia y La Mosca, y notable la restauración de los films de Aristarain) y artículos sobre varios muy simpáticos documentales sobre directores que se dieron (hubo películas sobre Jerry Lewis, Scorsese, Lynch y Cassavetes). Ah sí, voluntariamente dejé de lado entre las anotaciones The Act of Killing, una obra maestra mayor que se exhibió en este BAFICI porque el mismo será objeto de una crítica muy extensa en apenas unos días.

 

Tráiganme la cabeza de la mujer metralleta (Chile, 2012, 75´, Dirigida por Ernesto Díaz Espinoza): Existe el clishé de que el BAFICI da sólo cine de tiempos muertos, películas –así llamadas- intelectuales y deprimentes. La inclusión de una retrospectiva del chileno Enrique Díaz Espinoza –director obsesionado con el cine de género y de bajo presupuesto- es una desmentida rotunda de este prejuicio absurdo. Su última película, exhibida en la competencia del festival, es un largometraje que mezcla el western, la comedia absurda y el lenguaje del videojuego en territorios urbanos.  La película tiene alusiones a Batman Vuelve, Corazón Salvaje, El Mariachi y por supuesto a Tráiganme la cabeza de Alfredo García. Sin embargo, a diferencia de este último film de Peckinpah, esta es una película feliz y regodeada en su bella mugre. Por otro lado la mujer metralleta –una suerte de versión amazona de Antonella Costa- es hermosísima –los comentarios onanistas de la platea crítica masculina serán omitidos de estas crónicas por razones de buen gusto- y que el chiste final de “tú no eres así” es antológico. En otro orden de cosas, esta película en particular y este director en general marcan el momento sumamente interesante que está pasando el cine chileno en el que se mezclan films experimentales como de género, presupuestos altos con un cine más artesanal. Teniendo en cuenta esto último también hay que decir que podría estar entre las anotaciones Soy mucho mejor que tú del Che Sandoval, suerte de derivación de Te creís la más linda pero sois la más puta y que también merecerá una nota aparte.

Tchoupitoulas (Estados Unidos, 80´, Dirigida por: Bill y Turner Ross): Debo confesar que con ese nombre lo primero que pensé es que iba a ver una película de cualquier nacionalidad menos la norteamericana. Ignorante de mí, Tchoupitoulas es el nombre de una de las calles principales de Nueva Orleans y también es el espacio que recorren tres hermanos junto a su perro en este documental. Sospecho que no debía haber habido una película más tierna que ésta en todo el festival, aquí los directores (también hermanos) filman este recorrido poniéndose muchas veces en la cabeza del más pequeño de los chicos, filmando hasta los lugares más sórdidos con un dejo de fantasía inocente (hay hasta ciertos separadores en la película que parecen versiones caseras de esos clips psicodélicos de Embriagado de Amor). Hay un poco de sentimiento de tristeza al final, con una reflexión que da el nene cuando mira el mar, pero uno la olvida rápido y después de los títulos de crédito ya se siente bien de nuevo.

Mató a su familia y se fue al cine (Matou a Familia e Foi ao cine, Brasil, 1969, 78´, Dirigida por Julio Bressane): La retrospectiva de Júlio Bressane debe ser uno de los mayores hallazgos del festival. En poco tiempo, en esa benemérita página, va a aparecer  un artículo dedicado al brasilero (hecho con la esperanza de que algún lector se acerque a la obra de este tipo), mientras tanto lo que se puede hacer es reseñar su ópera prima. Suerte de película episódica de espíritu pop al mismo tiempo que precaria y bestial, con un humor negro e incorrecto a más no poder (Bressane es la única persona que puede hacer un chiste con un bebe muerto sin quedar mal parado), que parece tomar cosas del free cinema inglés al mismo tiempo que se burla descaradamente de la solemnidad del cinema novo brasilero (Glauber Rocha la odió en el momento de su estreno). Al mismo tiempo, parece tomar en un momento la filosofía de Breton de que no había nada más surrealista que personas disparando tiros sin ningún sentido. Los únicos que vi que se atrevieron a hacer esto fueron los hermanos Marx y Bressane, razón suficiente para que esta película sea de visión obligatoria para cualquier persona.

 

 

El Olimpo Vacío (Argentina, 2013, 102´, Dirigida por Carolina Razzi y Pablo Racioppi): Cuesta creer que haya tardado tanto tiempo en aparecer una película fuertemente opositora al gobierno en tiempos donde las confrontaciones están a la orden del día. Este documental sobre el ensayista Juan José Sebrelli –o más específicamente sobre su pensamiento sobre cuatro ídolos nacionales- se propone poner en juicio a Gardel, Maradona, Eva Perón y el Che Guevara. Pero en realidad el juicio real versa permanentemente sobre el kirchnerismo, sobre su necesidad de crear mitos para utilizarlos políticamente –el “fantasma” de la sacralización de Néstor Kirchner parece recorrer toda la película-, su “misticismo político” y su amor por las masas. El Olimpo Vacío le contrapone el amor por el dato histórico frente a cualquier tipo de mote generalizador –el archivo que maneja la película es descomunal- y la reivindicación del héroe solitario capacitado de ver el delirio de las masas y desconfiado de reivindicar inmediatamente un fenómeno por el sólo hecho de que sea popular. Dos datos sobre la película: no recuerdo otro documental argentino tan preocupado por la utilización de la música como este, ni muchos tan abocados a entregar un documento que además de ser polémico intente ser sumamente potente y dinámico en su exposición. Hablando de esto último, el montaje final con la voz en off de una propaganda de Quilmes debe ser de lo más fuerte y osado que haya visto en este festival.

 

 

El secuestro (Kapringen, Dinamarca/Suecia, 2012, 99´, Dirigida por: Tobias Lindholm): No fueron muchos los colegas reivindicaron este film sueco sobre unos piratas somalíes que raptan un pequeño barco de una multinacional. Es verdad que hay ciertos trazos gruesos a la hora de describir la lógica fría de las multinacionales y un mundo que ha vuelto cualquier cosa objeto de una negociación, pero también hay que decir que se trata de una película dueña muchas veces –y en el mejor de los sentidos- de una tensión insoportable, en parte por meternos en un territorio completamente impredecible, con relaciones entre secuestradores y secuestrados que no sabemos hacia donde van a ir y sobre todo con una noción sobre un tiempo que pareciera estirarse hasta el infinito. Desde este lugar quizás lo más inquietante de la película no esté dado tanto por lo que se ve sino por esas elipsis que sin que nos demos cuenta nos van contando una historia sobre meses y meses de aislamiento y condena. No me cierra demasiado su decisión de desencadenar una tragedia final horrible, pareciera una forma gratuita de agregar una violencia desagradable y shockeante, o quizás haya sido una decisión que no pude terminar de captar y que quizás dilucide en un futuro revisionado.

 

Viola (Argentina, 2012, 65´, Dirigida por Matías Piñeiro): El cine argentino no está pasando por su mejor momento, más bien podría decirse que parece estar en un proceso de caída cada vez más pronunciado -aunque esto será objeto de otro artículo-. No obstante hay directores que siguen llamando la atención como es el caso de Matías Piñeiro –director de El Hombre Robado, Rosalinda y Todos Mienten-. Su último largometraje –casi, por seis minutos no es un medio- cuenta una serie de historias de amores y desamores atravesados por la inestabilidad de los sentimientos expresados con una elegancia con altísimas influencias de Eric Rohmer. Es más, siguiendo la línea rohmeriana, la película relaciona ciertos hechos de la vida cotidiana y aparentemente intrascendentes con ficciones literarias muy sofisticadas como lo es en el caso de esta película de Piñeiro las comedias de Shakespeare. Se nota, y mucho, que Piñeiro es un excelente director de actores, un tipo talentoso para captar el momento justo en el que un personaje, sin darse cuenta, desnuda todas sus dudas en dos expresiones y una persona con un humor muy refinado. Me permito especular incluso con la idea de que hay algo de influencia de Death Proof de Tarantino en esta película en la manera en la que filma las charlas entre mujeres –sobre todo la que transcurre en el auto-.  Tantas loas sin embargo se contrapesan con cierta desconfianza en esa perfección tan cerrada de la película, como un aparato sofisticado que funciona como un mecanismo tan preciso y perfecto que me deja –por ahora- algo frío. Veremos qué pasa más adelante.

Lazos Perversos (Stoker, Estados Unidos, 2013, Dirigida por Chan Wook-Park) : Parece un despropósito haber visto en el BAFICI una película que se estrenaba en salas apenas una semana después, pero digamos que me era conveniente hacerlo por razones de horario y laborales (larga historia). Iba a escribir una crítica extensa para esta página pero como ya lo hice para otro medio y algunos lectores me pidieron que la comente por mi espacio acá va una pequeña reseña. Digamos que Lazos Perversos es un suerte de relectura del cine de Alfred Hitchcock. Aunque en realidad, más que Hitchcock, la película pareciera ser heredera de las películas hitchcockianas de Brian De Palma (si hasta la chica protagonista pareciera imitar a la Sissy Spasek de Carrie) como Doble de Cuerpo, Vestida para Matar o Hermanas Diabólicas en las que BDP se apropiaba de ciertos tópicos del maestro y las llenaba de una violencia, explicitud y una sobreestilización que el inglés no podía llevar a cabo en su tiempo. O sea, Lazos Perversos termina siendo una película recicladora de un reciclador. Acá se toma como punto de partida una trama muy similar a la de La Sombra de una Duda (con el siniestro tío Charlie y la relación perversa con su sobrina incluida) con la diferencia de que se hace explícito aquello que el film de los 40 era mostrado de manera muy lateral (como el atractivo que producía el asesino serial, la relación prácticamente mística que tienen la sobrina y el tío). Además, si Hitchcock privilegiaba –como es obvio- el mecanismo del suspense, el surcoreano Wook (el de Oldboy y Thirst) privilegia mucho más la imagen de shock al meternos en secuencias de montaje en las que los tiempos empiezan a confundirse y uno no sabe exactamente con que puede llegar a encontrarse en el plano siguiente. Justamente en ese montaje extraño en el que uno va armando la información como un rompecabezas está uno de las mayores virtudes del film. La otra virtud, acaso involuntaria, fue darse cuenta que la otrora hermosa Nicole Kidman ahora, ya atravesada por la cirugía y el botox, funciona mejor como un personaje poderosamente perturbador más que como cualquier otra cosa. Por lo demás es un ejercicio de estilo, con ciertos aires artie, que no molesta pero que tampoco deslumbra. Aunque debo decir que algunos colegas especialmente enfurecidos con el film (y otros, mucho menos, fascinados) no concuerdan para nada con esta apreciación.

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