Todos nos volvemos un poco irracionales a veces: sobre The Deep Blue Sea

A falta de visionado de estrenos acá va la crítica de una de las mejores películas del año pasado realizada por uno de los mejores cineastas vivos. De paso también les digo que esta crítica revela detalles de la película.

The Deep Blue Sea. Inglaterra/2011/98´. Guión y dirección: Terence Davies. Con Rachel Weisz, Tom Hiddleston, Simon Russell Beale, Karl Johnson, Ann Mitchell.

No recuerdo cuando fue la última vez que vi una película en la que su protagonista fumara, o mejor aún, cuando fue la última vez en la que vi que el fumar era, a su modo, un acto sexy. Se sabe que este tipo de cuestiones son tabúes hace rato en el cine (en Hollywood sobre todo, pero también en otros países), ya que la acción de consumir tabaco dejó de ser algo elegante para transformarse en sinónimo de vicio. No por nada Camille Paglia en sus extraordinarios comentarios sobre Bajos Instintos decía que uno de los gestos más subversivos de Sharon Stone en esa película es que hacía de la acción de fumar un hecho erótico en plena década del 90. En The Deep Blue Sea el inglés Terence Davies pone a fumar todo el tiempo a la londinense  Hester (Rachel Weisz): lo hace en un sillón, frente a una ventana, en un pasillo y en todos estos casos muestra un tipo de belleza melancólica, como esas fumadoras nostálgicas que se mostraban sobre todo en los cines de los 50 (década en la que se ambienta The Deep Blue Sea).  Esta época ha sido retratada otras veces por el cine de Davies, aparecen en esos ejercicios virtuosamente proustianos que fueron El Mejor de los Recuerdos y Voces Distantes, dos reflexiones sobre el recuerdo y su imposibilidad de reproducirlo fielmente. En estas películas el director filmaba un tiempo específico con un clima en el que -tal y como pasa en The Deep Blue Sea– contrastaba un intento por una reproducción de época lo más acertada y precisa posible y un trabajo con la iluminación y el montaje que le daba a las escenas un aire de fantasía. Siempre me pregunté porque Davies añoraba tanto filmar una época en la que la había pasado tan mal. Después de todo este director confesó más de una vez –y de hecho esto es algo que hace notorio en El Mejor de los Recuerdos– que no la pasó nada bien en esos años como un chico homosexual en pleno pueblo minero y con una familia católica (institución a la que dicho sea de paso Davies también filmó con una mezcla de temor y fascinación). Pero justamente si hay algo que siempre dejó en claro este director es que la nostalgia nunca es demasiado lógica y de que más de una vez uno se siente inexplicablemente atraído hacia lo que lo lástima.

The Deep Blue Sea es desde este punto de vista la película que mejor explica este concepto ya que está hecha de personajes que vuelven una y otra vez a lo que les hace mal.  Stephen, el amante de Hester, añora tiempos de guerra en los que podía morir en cualquier momento, William, el marido de la protagonista, se siente todavía apegado a una madre amarga y déspota y la propia Hester se siente atraída hacia un amante que –ella sabe- nunca va a poder corresponderle en el sentimiento tal y como ella querría.

En medio de esta sucesión de amores dañinos existe también una lógica de una violencia silenciosa, donde la gente se agrede de manera terrible pero nunca gritándolo o siendo totalmente directo en sus intenciones. Una de las escenas más significativas sobre esto se da en una charla que sostiene Hester con su suegra y su marido. La suegra empieza a criticar en un tono despectivo todo lo que hace su nuera, ante lo cual esta última, a modo de comentario supuestamente casual, le dice que ella es capaz de soportar todo menos la insensibilidad. Acto seguido Hester se retira del cuarto frente al rostro de un marido tan dependiente de la madre que no es capaz de defender a su mujer. La escena siguiente la encuentra a ella hablándole por lo bajo a Stephen y diciéndole que lo ama. Davies la toma de espaldas, como remarcando una supuesta idea de charla secreta. Sin embargo cuando el director muestra lo que hay detrás de la mujer vemos que su marido está apenas a unos metros de distancia de su mujer y que este ha sido testigo -con plena conciencia de Hester por otro lado- de todo lo que ella dijo. Que la escena esté hecha sin música –en  un film repleto de canciones y acentuada por melodías grandilocuentes para expresar sentimientos encendidos- hace que se sienta con mayor fuerza aún el golpe al corazón que le está provocando la mujer a su marido, tampoco ayuda demasiado que Hester -la persona que antes se quejaba de la insensibilidad- ni siquiera se digne a darse a vuelta a explicarle la situación de frente al marido. Se trata de un momento especialmente duro, que habla menos del carácter real de la mujer que de una furia transitoria por el desprecio al carácter cobarde su esposo. Que William siga tratando de conquistar a su esposa después de esta ofensa sólo es parte de la lógica autodestructiva de las criaturas que habitan la película. Frente a estos comportamientos no es inesperado que existan personajes que traten de llevar a los personajes por un cauce normal. En su libro La Pasión Manda el crítico Ángel Faretta señala que  en los contextos de los melodramas clásicos a estos se los llaman “normalizadores”: gente que está puesta para marcar el camino de lo supuestamente racional en una película cuyos personajes son esclavos de sus pasiones. Como bien señala Faretta, normalmente el personaje normalizador fracasa estrepitosamente en su intención de volver al protagonista de un melodrama un personaje medido.

Acá puede decirse que hay dos momentos en los que Hester intenta ser controlada. El primero de ellos –expresado de manera desagradable y despectiva- tiene que ver cuando su propia suegra le dice que las pasiones sólo llevan a la destrucción. El segundo caso es mucho más amable: se trata de una ama de llaves que trata de hacerle entender a la mujer que lo suyo no es un amor verdadero y que intentar matarse por un hombre que no le corresponde en amor como ella espera es un mero capricho, una estupidez incluso. El ama de llaves se lo dice con conocimiento de causa: ha estado casada varias décadas con una persona y ahora se encarga ella misma de cambiarle los pañales a su marido moribundo. Cualquiera podría darle fácilmente la razón a esta mujer, más aún cuando Hester  se muestra durante toda la película como una mujer sentimentalmente inestable e inmadura. Si es un amor realista lo que marca al amor del ama de llaves a Hester se la ve por el contrario una y otra vez mirando las cosas desde una ventana, imaginando cosas que capaz nunca existieron o deseos que nunca podría concretar. Pero es verdad también que este carácter excesivamente pasional de ella no sólo no es juzgado por Davies sino que es mirado con simpatía. De hecho, posiblemente no exista un momento más hermoso en toda la película que sus primeros diez minutos, en los que se nos va a introduciendo en una sucesión de recuerdos que tiene Hester respecto de la relación que tiene con su marido y la que tenía con su amante. Allí vemos una secuencia de montaje virtuosa que muestra a su amante Stephen como una figura prácticamente idealizada, caballerosamente mirando a Hester vestido de traje frente a un jardín mientras le dice que ella es la mujer más atractiva que haya conocido. Que ese plano venga inmediatamente después de la imagen del marido de ella sentado en una silla, exhibido como un hombre monótono muestra de una manera contundente los conceptos diametralmente opuestos que tiene Hester tanto de uno como de otro. Por supuesto que lo que vendrá después de esos primeros diez minutos será una relativización de esas imágenes idealizadas de Hester: ni su marido será una persona tan patética, ni el otro tan maravilloso para ella y el desarrollo de la trama se va ir encargando de mostrar como progresivamente se irán mezclando en la cabeza de la protagonista recuerdos que irán haciendo que ella toma cada vez más sentido de la realidad. No obstante, la película jamás se siente en la necesidad de hacer que Hester tenga que arrepentirse de su ingenuidad, o de sus ilusiones falsas o su excesivo espíritu melodramático. Por el contrario hay una suerte de reivindicación de esas pasiones encendidas y locas en las película, una idea que de vez en cuando necesitamos bordear la locura y experimentar un capricho sentimental al extremo. De ahí también la ambigüedad del final. El último movimiento de cámara de la película encuentra a Hester mirando por una ventana en una situación que uno supone la encuentra más madura sentimentalmente que antes y ya capacitada para soportar una ruptura inminente. El largo travelling va de arriba hacia abajo, en un recorrido contrario al que abría el film, y termina en un callejón sin salida. Hay algo de raro en el hecho de que la imagen final del film sea una puerta cerrada a cualquier cosa, acaso una forma de mostrar que hay todavía una posibilidad de que Hester siga en su mundo de amores idealizados, y aferrada a un montón de sentimientos idealistas. Quizás esta sea una señal de que aún queda un residuo de eso en la personalidad de Hester, después de todo, The Deep Blue Sea es una película de procesos lentos, de recuerdos e idealizaciones que se van y reaparecen progresivamente y en la que la superación de una relación es algo que sólo puede lograrse gradualmente. Quizás en algún punto Hester logre sacarse de la cabeza a Stephen, pero de algo estamos seguros: ya no será la misma persona interesante de antes y no valdrá la pena para Davies seguir filmándola.

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