Decir la verdad, hasta cuando se miente: sobre Scarface de Brian de Palma

Ya que esta semana se estará cubriendo el BAFICI y estaremos atascados de cine mayormente independiente y extraño, van dos notas sobre pequeños clásicos contemporáneos. Acá va una nota de Scarface de Brian de Palma. Mañana una videoconferencia sobre una película extraordinaria hecha con la excusa de promocionar el curso sobre Tim Burton.

Esta nota fue publicada en la revista digital de El Amante -Cine-.

Scarface, Estados Unidos / 1983 / 170`, Dirigida por Brian De Palma, Guión: Oliver Stone, Producción: Martin Bregman. Con: Al Pacino, Michelle Pfeiffer, Steven Bauer, Mary Elizabeth Mastrantonio, Robert Loggia, F. Murray Abraham, Miriam Colon.

 

Se sabe que una de las marcas autorales más comunes de De Palma es empezar mostrando un artificio, una puesta en escena. Desde el programa de televisión con el que empiezaHermanas Diabólicas, pasando por el musical de los Juicy Fruits de Fantasma en el Paraíso, siguiendo por la película de terror de Blow Out y llegando al film de vampiros con el que abreDoble de Cuerpo. Estos cuatro artificios tienen en común una cosa: son berretas. Todos ellos hablan, además, de un mundo de espectáculos feos, perezosos, insoportablemente imbéciles. Los mitos vampíricos transformados en objetos fílmicos de cuarta hechos a desgano, las películas de terror dedicadas a copiar mal a otras, la sexualidad rockera expresada en músicos intrascendentes agarrándose la entrepierna, cámaras ocultas de cuarta hechas para entretener a una audiencia vouyerista. Y esto último, justamente es el problema mayor para De Palma, que él concibe que un mundo hecho de espectáculos horribles no es una cosa aislada, sino que habla de una sociedad que en sí se ha vuelto horrible, que ha perdido su brújula estética porque también ha perdido, junto con muchos otros valores, su capacidad de mirar . Los espectáculos, para De Palma, se han vuelto perezosos y decadentes porque el mundo se ha vuelto perezoso y decadente.

Por eso también es falso pensar a De Palma como un enamorado de los artificios, De Palma, en realidad, es un enamorado de desmontar artificios, de mostrarnos tanto sea que hay detrás de una máscara como cuánto revela una máscara de una realidad social, personal y/o política. Si De Palma es algo eso es el John Travolta de Blow Out, tratando de valerse de elementos técnicos para ver cómo una puesta en escena puede llegarnos a mostrarnos una verdad. Una estrategia que utilizó De Palma muchas veces para hablarnos del mundo mediante el artficio, por ejemplo, es la reconstrucción de un mito o una historia clásica valiéndose del mundo estéticamente horrible en el que que considera que vive. Scarface es uno de esos casos.

 

 

Dicha película empieza con imágenes documentales en las que vemos a unos cubanos que Fidel Castro liberó para que, supuestamente, se puedan volver a reunir con sus familias. Sin embargo muchas de esas personas no fueron liberadas para reunirse con nadie, sino que son criminales peligrosos de las cárceles cubanas que el dictador de centroamérica liberó para sacárselos de encima. Así, varios hombres y mujeres de esas imágenes documentales cumplen, acaso sin saberlo, un rol en una puesta en escena política. Al rato lo conocemos a Tony Montana, un Scarface de los 80, una versión grasa de los mafiosos cinematográficos de los años 30 que incluso le asegura a la policía que aprendió a hablar y comportarse gracias a las películas de James Cagney. Ese Tony Montana es, además, Al Pacino, o sea, Michael Corleone, o sea un actor que hizo alguna vez de un mafioso refinado y parco. Pero aquí Pacino no es parco y mucho menos refinado, es grosero y exhibicionista, un hombre que abraza con placer la idea de una sociedad de consumo sin límites y se convence a sí mismo que la idea de felicidad se basa en la formación de una familia con una linda esposa y en la acumulación de riqueza para comprar cualquier cosa. Montana, además, actúa de manera claramente desbordada, con poses claramente artificiales que lo resalta de cualquier persona que lo rodea. Si vamos al caso incluso, De Palma utiliza a Pacino de un modo similar al que Coppola usaba a Marlon Brando de El Padrino. En ambos casos se usa una actuación caracterizada por una gestualidad extrema para destacar a ese personaje en particular por sobre el resto. La gran diferencia es que la actuación de Pacino tiene una connotación humorística que Brando no busca en la saga coppolina. Por momentos Pacino parece en Scarface un personaje salido de una historieta o de un dibujo animado, como una especie de versión, delgada, psicótica y cocainómana del hiperconsumista Homero Simpson. A esto se la suma la forma notable en que la escasa altura del actor (algo que De Palma remarca más de una vez poniéndolo a Pacino al lado de gente muy alta cómo su amigo Manny) contrasta con su interpretación explosiva y enérgica.

No obstante, es importante señalar que el hecho de que Montana sea muchas veces burdo y humorístico no implica que carece de inteligencia y menos que menos de carisma. Una de las escenas más representativas de esto se de a la hora de Scarface. Allí vemos a Tony Montana sentado en un auto descapotable, con unos asientos forrados con un cuero atigrado de un gusto por demás dudoso. En ese momento lo encontramos al protagonista diciéndole a la refinada belleza de Elvira Hancock (Pfeifer) que se siente en ese vehículo. Elvira manifiesta un abierto rechazo ante la sola idea de sentarse ahí. Ante esto, y haciendo ostentación del dinero que gana, Tony va a comprar un auto para que Pfeiffer pueda subir a un vehículo que sienta digno de ella.

Sin embargo, pocos minutos después de que Montana compra el auto, la vemos a Pfeiffer sentada en el auto descapotable y grasa de Montana, sentada sobre esos forros de asiento espantosos que ella había rechazado apenas unos minutos antes. Elvira está sentada al lado de TM y vemos que si bien trata de no dirigirle la palabra para no “rebajarse” a hablar con un empleado, ni bien Montana se pone un sombrero de mujer, ella no puede evitar reírse (de hecho, esa será la primera y única vez que ríe en toda la película). En ese momento sabemos que el inmigrante cubano empezó a conquistar a Michelle y que ella empieza a meterse en el aparatoso, horrible pero intexplicablemente fascinante mundo de Montana.

No es de todos modos Elvira la única en ser conquistada por el mafioso grasa, el propio De Palma adapta todo la estética de la película a la mirada desmerusada y antiestética de TM.Scarface no es la primera película de gángsters de características épicas, pero si es la primera película que es, al mismo tiempo, profundamente épica y profundamente grasa. Scarface es una historia de poder, de incesto, de venganzas y de violencia, hecha en medio de colores blancos pasteles espantosos y naranjas horribles, escenarios fastuosos y de un mal gusto increíble y una banda sonora que concentra todas las falencias de la música pop ochentosa en cada nota. Scarface es una película que utiliza un montaje muchas veces virtuoso y movimientos de cámara extravagantes y complejos para filmar imágenes envueltas en un trabajo de fotografía inadmisible para cualquier escuela de cine. Y esta no es la única cosa grosera en Scarface. También hay una grosería en el discurso. Acá no está Don Corleone para decir ironías como “no somos asesinos, pese a lo que diga este sepulturero”, en vez de eso tenemos a Tony Montana desde una bañadera (enorme y fea por supuesto) hablando de manera cruda y sencilla del asco que le dan los políticos de Estados Unidos y su doble discurso. También Scarface es una película que remarca las cosas más obvias mediante el montaje o la utlización de la música (véase, por ejemplo, el momento en el que De Palma muestra no una, sino dos veces el intercambio de miradas entre la hermana de Scarface y Manny en medio de la boda de Montana y Elvira) y que puede terminar con un movimiento de cámara redundante en el que se nos señala que el mundo es de los cobardes y cretinos que pegan un tiro por la espalda.

 

Y acá es donde justamente reside el costado más osado de Scarface: en tomar este guión de denuncia grosera escrito por Oliver Stone no para refinarlo, sino para llevar y multiplicar el trazo grueso en todos los aspectos de la película: su estética, la actuación desbordada de su personaje, su musicalización. Scarface es una película que manda al diablo la máxima de Voltaire que dice que la base de toda belleza debe ser el misterio, para encontrar una belleza de lo obvio, o mejor aún, para manifestar que en momentos de furia tan enormes lo único que se puede hacer es gritar sin medias tintas, sin ironías, vomitarle al espectador la indignación por un estado del mundo y decirle que se está harto de todo.

Justamente una de las escenas más emblemáticas de Scarface se encuentra en ese momento en el que Tony Montana le dice a unos burgueses que él siempre dice la verdad, incluso cuando miente lo hace. Y es absolutamente cierto. Montana no engaña a nadie, ni sabe ni le interesa disimular su condición de monstruo. De Palma adopta esta carácter directo para su propia película describiendo en Scarface un mundo de artificios y puestas en escenas horribles: la de un Estados Unidos que es, al mismo tiempo, el país que más combate el narcotráfico y la que más lo incentivo, el de una sociedad de consumo Norteamericana que ha depositado su confianza en la acumulación ridícula y desmedida de objetos inútiles, y sobre todo en una era Reagan a la que De Palma se carga en cada uno de los planos como una era asquerosa, hecha de espectáculos feos y engaños que enojan no tanto por lo que quieren esconder sino por ser tan evidentes y berretas en su hipocresía e impunidad. Es un mundo grosero en su maldad al que De Palma no puede imaginar otra forma de juzgarlo que siendo igualmente grosero en su indignación. Teniendo en cuenta esto, no es sorprendente que en el momento de su estreno, la respuesta a Scarface fuera muy negativa por parte de la crítica y llegara a ser nominada a los premios Razzie al peor director. Se necesitaron unos años para que una propuesta estética de semejante nivel de furia pudiera ser entendida. En vez de eso, a Estados Unidos le fue más fácil recibir películas críticas de los 80 un poco menos directas: el refinado humor negro de Después de Hora, la comedia ácida de De Mendigo a Millonario, o las fantasías de ciencia ficción satíricas de RoboCop o elSobreviven de Carpenter. Scarface, en cambio, desconcertó en su momento a demasiada gente. Es comprensible: a veces no hay nada más dificil de entender que una realidad espantosa dicha de manera clara y directa.

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