La noche más oscura. Título original: Zero Dark Thirty. Estados Unidos/2012/157´. Dirigida por Katryn Bigelow. Escrita por Mark Boal. Con Jessica Chastain, Jason Clarke, Reda Kateb, Kyle Chandler y Jennifer Ehle.
Atención: se revela el final de película ya desde el primer párrafo.
Zero Dark Thirty se promociona a sí misma como la película que cuenta el operativo que llevó a la muerte a Osama Bin Laden. Y es paradójico que se venda así por que lo cierto es que cuando llega el desenlace no se sabe a ciencia cierta si el famoso terrorista fue o no asesinado. O sea, uno puede imaginarse que hay una alta probabilidad (en una película además obsesionada con lo probabilístico) de que lo hayan atrapado, pero cuando los agentes entran a la casa y finalmente ejecutan a la persona en cuestión, ningún testigo de ahí dice que él es Bin Laden y cada vez que vemos el cadáver nunca contemplamos su rostro entero, sino partes de su cara (incluyendo su famosa barba, lo que igualmente es sospechoso porque en un momento de la película se habla de un terrorista que pudo haber utilizado a una persona con una barba similar a la suya para hacerle creer a otros que había muerto). Es verdad que hacia el final el personaje de una experta como Maya dice reconocerlo, pero esto no quita que sigamos en el territorio de lo probable. En todo caso uno de los logros mayores de la película es que esa ejecución nos parezca secundaria en interés frente a lo que viene después: el rostro lagrimeando de Maya, en una expresión que no sabemos si muestra emoción por haber atrapado a Laden, o tristeza porque su obsesión de diez años ya no está y no sabe bien qué hacer con su vida (lo último que le preguntan a Maya es a donde quiere ir ante lo cual ella no responde).
Ese rostro shockeado del plano final recuerda mucho a otro cierre de una película de Bigelow: Blue Steel. Allí también se concluía con la expresión de la policía Megan Turner, que parecía preguntarse a donde iba a ir su vida después de asesinar a un criminal a sangre fría. Era un final desolador porque allí la oficial de la ley acababa de descubrir un costado muy violento que ella siempre intuía pero se negaba a admitir. Esto representa a muchas criaturas bigelowianas que tras su apariencia de personas racionales y representantes de una institución o subcultura con códigos rígidos terminan escondiendo un insospechado salvajismo. Ahí está el agente del FBI de Punto Límite descubriendo su amor por la criminalidad anárquica; el desarmador de bombas de Vidas al Límite adicto a la adrenalina; o los vampiros de Near Dark moviéndose por un lado con reglas muy firmes de alimentación y supervivencia pero que hacia el final terminan cediendo al descontrol de sus sentimientos. Sospecho que este gusto viene por la admiración que Bigelow siente por el cine de Kubrick. En ambos directores se encuentra la filosofía de pensar que el instinto o el azar siempre termina por subyugar la racionalidad y el intento por controlar. La diferencia básica entre SK y KB es que en el primer caso la puesta en escena normalmente metódica y ordenada al extremo se ajusta al deseo de los personajes por dominarlo todo, en Bigelow la puesta en escena más “sucia”, rica en movimientos de cámara “desprolijos” suele reflejar la realidad más caótica que terminará imponiéndose en el relato.
Su última película es, en este sentido, la que más fácilmente representa esta “desprolijidad” tanto en su puesta en escena dueña de un montaje ríspido, planos obsesionados por captar un confuso punto de vista (ver las subjetivas hechas con cámara nocturna) y movimientos de cámara abruptos, como una estructura narrativa que puede “saltarse” tres años de manera sorpresiva y una forma de filmar la violencia que rechaza cualquier mecanismo de suspenso hitchcockiano y opta por el shock permanente en actos violentos que se muestran rápida y brutalmente en una película en lo que todo, hasta la mostración de sentimientos –ver el protector de pantalla de Maya con la imagen de su amiga muerta-, ocurre de manera veloz, como un dato más en la existencia peligrosamente acelerada y obsesiva de los personajes.
Lo interesante es que acá la CIA, aún con toda su organización, sus millones de archivos, su gusto por lo operativos y los estudios previos, también contribuye a ese carácter impredecible ya que vive más en un mundo de posibilidades que de hechos firmes. La CIA de Zero Dark Thirty no solamente causa extrañamiento por su carácter burocrático (hay una suerte de épica del papeleo en esta película, antitética a la imagen de una CIA llena de peleas y espionajes heroicos) sino también por su carácter apostador. Acá todos sus procedimientos parecieran basarse en posibilidades: torturas que pueden derivar o no en confesiones reales, perseguir gente que puede o no estar muerta hace años y personas que pueden o no ser terroristas. Todo es especulación y la cuestión es que en medio de eso hay violencia, gente que muere en medio de operativos por fuego muchas veces casual, agentes de campo que comentan las personas que mataron como si fuesen muñequitos que acabaron de bajar con sus pistolas, un torturador que hace su trabajo como si fuese un empleado en una rutina y una Maya compuesta por una Jessica Chastain en estado actoral de perfecta sobriedad cinematográfica, que va tomando progresivamente el control de su entorno principalmente porque su obsesión se impone por sobre el cansancio del resto de los agentes. Una Maya que trata de ser lo más fría posible para jugar ya no a un ajedrez, sino a una máquina tragamonedas que gira una y otra vez hasta que se espera que los números coincidan y se pueda exclamar –como se exclama en la película cuando supuestamente matan a Bin Laden- Jackpot.
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